Busquemos soluciones, no problemas

Por Redacción UH

Estimada Claudia Cristiani,

Es para mí un honor y un placer poder dirigirle estas líneas. Espero que usted también pueda leerlas de este modo. Tomo su nombre para entablar un diálogo con una persona real, concreta… pero extiendo mi mano a todos mis compatriotas y a todo hombre que quiera participar de un diálogo saludable. La sana discusión pública en el ágora posibilitó el nacimiento y florecimiento de la democracia en la Grecia antigua. También nosotros tenemos que promover este diálogo público si queremos que nuestro Pulgarcito llegue a ser una gran nación, una auténtica democracia.

Usted nos ponía a todos dos preguntas… dos preguntas que no buscaban una respuesta teórica, de manualito. Las preguntas estaban pensadas para conmover nuestros corazones, para apelar a nuestros sentimientos: preguntas muy acertadas, por cierto. Por eso, déjeme ponerle yo otra pregunta, una sola: si usted estuviera embarazada y supiera que ese ser que está en su vientre es una persona humana… si pensara que esa personita heredó de usted la mitad de sus genes, que incluso podría parecérsele muchísimo: color de pelo, ojos, personalidad… si tuviera que ser usted la que, con sus propias manos, cortara esa personita en pedacitos y los fuera sacando poco a poco… ¿lo haría? Descuide, no le voy a exigir que nos responda… se lo dejo a su conciencia.

«Todo el mundo, en todas las lenguas que conozco, distingue, sin la menor posibilidad de confusión, entre qué y quién, algo y alguien, nada y nadie. Si entro en una habitación donde no está ninguna persona, diré: “no hay nadie”, pero no se me ocurrirá decir: “no hay nada”, porque puede estar llena de muebles, libros, lámparas, cuadros. Si se oye un gran ruido extraño, me alarmaré y preguntaré “¿qué pasa?” o “¿qué es eso?”. Pero si oigo el golpe de unos nudillos que llaman a la puerta, nunca preguntaré “¿qué es?”, sino “¿quién es?”»[1].

Así introducía su argumentación antropológica contra el aborto Julián Marías, uno de los discípulos más destacados del filósofo español José Ortega y Gasset.

Para quienes no me conocen – que será la mayoría – les bastaría una rápida búsqueda en Google para saber que soy un religioso, en preparación para el sacerdocio. No voy a dejar de serlo al escribir estas líneas, pero no quiero que escuche sólo esa voz en esta ocasión. Quisiera que en estas líneas escuchara la voz de un salvadoreño, que busca la verdad, que busca el bien y que quiere lo mejor para su país y su gente, sin salidas fáciles ni falsos atajos.

Con cada palabra que leía de sus editoriales del 910 y 11 de abril, crecía en mí el deseo de poder entablar este diálogo y hacerlo crecer. Para dialogar se necesitan al menos dos… esperemos que no sólo dos. Podría detenerme a cuestionar algunas de sus afirmaciones, pero mi intención no es generar conflicto sino diálogo. Por lo tanto, a continuación, buscaré ofrecer algunos argumentos en contra del aborto en los casos que usted menciona y que propone el diputado Wright: 1) para salvar la vida y preservar la salud de la mujer y 2) en casos de violación de niñas menores de edad. A primera vista, se nos presentan como preocupaciones reales por el bienestar de la mujer.

Voy a dividir los puntos en tres grupos: los que se centran en la defensa del embrión, los que se enfocan más en la mujer y una reflexión sobre la sociedad. Por último, lanzaré una propuesta del camino que podría seguir este diálogo y la búsqueda de una solución a estos problemas.

 

En defensa del bebé

Como ya nos decía Julián Marías, no hace falta recurrir a argumentos de perfil religioso. Es evidente, es de sentido común, que, a un bebé, desde que está en el seno de su madre, le hablamos de “” y no como una cosa. Es un “quién”, un ser vivo, una persona que nacerá y crecerá hasta llegar a ser un adulto si nosotros no interrumpimos ese camino natural, si no lo matamos. Si no se le quisiera considerar como persona por no tener una “existencia personal”, tampoco se podría tratar de “quién” a un niño recién nacido ni de un hombre durante el sueño o bajo anestesia ni de quien sufre arteriosclerosis avanzada ni de aquél que se encuentra en estado de coma. Sería una hipocresía refinada buscar eufemismos para ocultar la realidad: el aborto consiste en matar a una persona mientras se encuentra aún en el seno materno.

Además, la ciencia viene en apoyo del sentido común. Podemos escuchar, por ejemplo, a Jérôme Lejeune, renombrado genetista francés:

Así que incluso en un embrión de una semana, con esas nuevas técnicas, podemos decir ya, “él es un hombre” o “ella es una mujer”, y por tanto sabemos que el embrión ya es, de hecho, una persona humana. Y, si no estoy confundido con el inglés; cuando se refiere al embrión yo no diría “eso” [“it”], porque sabemos que ahí hay un ser humano. Como un marinero sobre su barco, yo preferiría decir: ella está ahí. Recuerden que el pequeño embrión humano posee ya las propiedades que nos permiten reconocer que ella es una mujer, por ejemplo. Rebasa a mi imaginación como genetista que los legisladores, sabiendo que este embrión de una semana es una niña, ¡no se dieran cuenta, al mismo tiempo que es una persona humana![2]

Lo mismo defiende el rector de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo y expresidente de la Sociedad Española de Genética, César Nombela Cano, al decir que el cigoto humano sí posee autonomía biológica, conferida por su material biológico, bien que deba evolucionar y desarrollarse en dependencia del cuerpo de su madre, que le da sustento y soporte.[3]

Por último, cabe recalcar que el embrión es un ser diferente de la madre. Al matarlo, la madre no está ejerciendo su libertad de “hacer lo que desee con su cuerpo”, sino que le está quitando la vida a una persona distinta de ella. «Les recordaría [a la comunidad científica y universitaria] – dice Nicolás Jouve de la Barreda – que para la ciencia cada vida humana es una vida única, perteneciente a la especie Homo sapiens, sin saltos cualitativos desde la fecundación hasta la muerte, porque cada ser humano es el mismo y mantiene su identidad genética a lo largo de su vida.[4]»

La vida de un ser humano es un valor absoluto. Y esta no es una verdad religiosa ni cultural ni relativa. No puedo jugar con la vida de una persona, ni sopesar el valor de una contra otra. La misma convivencia social sería una quimera sin este valor objetivo en su fundamento. Si la vida de una persona no tuviera un valor absoluto, siempre podría encontrar una excusa, un eufemismo, para justificar las acciones que minen su existencia. En el campo de la verdad, ceder un milímetro a la mentira es abrirle las puertas de par en par.

Pero sus reflexiones, estimada Claudia, no se centran sobre el embrión. Usted misma dice estar a favor de la vida, que no quiere matar bebés… Y por eso mismo, nos presenta el caso de la otra persona central en esta disyuntiva: la madre.

 

En defensa de la madre

En papel, defender la vida del embrión no resulta tan complicado. La lógica, el sentido común, la ciencia… la humanidad misma nos grita la verdad: el embrión es un ser humano, una persona, y posee un derecho fundamental e inalienable a la vida. Privar a un ser inocente e indefenso de este derecho fundamental es un auténtico crimen. Pero como usted evidencia, a veces los motivos no son tanto para nuestra cabeza sino para nuestro corazón, nuestros sentimientos, nuestra empatía… en especial, con la persona que podemos ver y tocar: la mujer.

En esta ocasión, se promueve la despenalización del aborto en dos situaciones muy concretas: 1) para salvar la vida y preservar la salud de la mujer y 2) en casos de violación de niñas menores de edad. A primera vista, se nos presentan como preocupaciones reales por el bienestar de la mujer. De hecho, usted misma comenta cómo, a veces, dos bienes – la vida del embrión y la vida/salud de la mujer – pueden presentarse como contrapuestos. A continuación, espero poder plantear los mismos puntos con un giro de 180º.

Ya desde la década de los ’50, los doctores invalidaban el argumento a favor del “aborto terapéutico”: «todo el que hace un aborto terapéutico o ignora los métodos modernos para tratar las complicaciones de un embarazo o no quiere tomarse el tiempo para usarlos[5]». El fin puede ser óptimo, excelente: preservar la salud o incluso salvar la vida de una mujer, pero jamás existirá un fin tan bueno, que justifique una acción mala en sí misma… menos aún, cuando existen vías alternas para enfrentar las complicaciones. Con esto se quiere decir que es un acto erróneo matar a una persona para salvar a otra, independientemente de quién se trate. Esto no significa que no se pueda tratar la posible enfermedad que afecta a la mujer, incluso si existe un altísimo riesgo de perder el bebé como consecuencia del tratamiento. Nótese la diferencia entre eliminar el bebé para quitarlo del camino, como si fuera un obstáculo molesto, y trabajar sobre la mamá, intentando salvar ambas vidas, a pesar de las altas probabilidades de fallar en el intento.

También mencionaba usted el peligro que corren las mujeres que practican el aborto de manera clandestina porque es ilegal. Tristemente la realidad no es tan simple. La cantidad de abortos clandestinos no presenta mayores diferencias al legalizar la práctica del aborto. Para muchas de esas personas, como usted misma nos lo recuerda, el aborto seguiría siendo una práctica fuera de su alcance. Lo único que causa es un aumento de la práctica, ya que, con la legalización, la gente deja de percibirlo como algo malo.

Respecto a las víctimas de abusos sexuales…: ¡lo siento mucho! Les pido perdón – y deberíamos hacerlo todos – si algún comentario de mi parte, alguna actitud o la simple indiferencia ha podido causar un acto tan horrendo. Me duele mucho escuchar y conocer personas que han tenido que sufrir atrocidades como ésta. Está clarísimo que una violación es un hecho traumatizante, por el que nadie debería pasar. Y por encima de eso, ¿estamos pidiendo agregarle otro hecho que conlleva una carga emocional, física y psicológica igual de grave? Así como una buena intención jamás justifica una acción mala, no puedo pretender solucionar el mal con más mal.

Uno de los principales estudios en este campo se titula “The Sorrow of Sexual Assault and the Joy of Healing” (2011). En este estudio, el doctor David C. Reardon, Julie Makimaa (concebida por violación) y Amy Sobie analizaron 192 casos de mujeres embarazadas como consecuencia de una violación y 55 casos de personas concebidas por violación. El 69% de las mujeres entrevistadas decidió dar a luz, el 29% abortó y el 1,5% sufrió un aborto espontáneo.

Ninguna de las 133 mujeres que decidieron dar a luz estaba arrepentida de ello. Al contrario, la mayoría estaba muy feliz y reconocían que el niño también es una víctima inocente. Sólo 1 de las 56 que abortaron dijo no tener remordimientos; las demás reconocieron que el aborto no solucionó sus problemas y que no lo recomendarían a mujeres en la misma situación. De las 55 personas concebidas por violación, ninguna hubiera preferido ser abortada: ¡qué sorpresa![6]

Sí, aunque usted no lo crea, abortar es una fuerte causa de depresión, ansiedad y otros desórdenes psicológicos, hasta llegar al extremo del suicidio. ¿Cómo puedo ofrecerle a alguien una solución que sólo le traería más riesgos y problemas? Numerosos estudios demuestran la relación del aborto con estos trastornos, no sólo en las mamás sino hasta en las personas más cercanas a ellas[7].

 

En defensa del país

Por último, quisiera que retomáramos la premisa que usted ponía en una de sus editoriales: esta discusión se debe situar en el ámbito político. Hasta ahora no he traído a colación ningún argumento religioso, porque usted tiene toda la razón: no puedo pretender imponerle mi fe a nadie más. Pero sí podemos y debemos, como usted dice, establecer leyes basadas en acuerdos sociales (políticos). Ahora bien, en el mundo de hoy esto de la “política” suele confundirse. En primer lugar, con “política” no nos referimos a los partidos políticos, sino al gobierno y organización de una sociedad humana que busca el bien común de sus miembros… que no es el bien de un grupo ni de la mayoría, sino el de todos.

En efecto, los seres humanos hemos sido dotados con la capacidad de razonar, de dialogar, de llegar a acuerdos necesarios para la convivencia en sociedad. El problema no está en el hecho de acordar algo, de llegar a un pacto, sino en qué se fundamenta ese pacto. Si lo importante es el pacto, acordemos entre todos que matar está permitido… y la actual taza de muertes violentas en el país nos parecerá insignificante. Estos pactos, estos acuerdos sociales, deben tener un fundamento sólido: la verdad. Si el cimiento de nuestra convivencia no se asienta en roca firme, estamos destinados al fracaso.

Esto es un fuerte reclamo a nuestros gobernantes y a cualquier persona que pretenda serlo. El gobierno es un servicio a la sociedad, no un privilegio. Es un servicio hecho a todos los ciudadanos en nombre de la verdad, porque sólo en la verdad encontraremos el bien… y sólo en el bien, el pleno desarrollo de la sociedad y de cada individuo que la compone. Sí, sé que suena utópico, sé que parece irreal, sé que nos encontramos lejísimos de una realidad así… pero el alpinista que pierde de vista la cima, su objetivo final, se pierde y jamás llegará.

Por eso, no podemos promover la legalización de algo que objetivamente está mal. No podemos dejarnos llevar por el vaivén de los vientos ideológicos. Algo malo seguirá siendo malo, aunque todos lo hagan, y algo bueno seguirá siendo bueno, aunque nadie lo practique. Si aquellos que deben velar por mi bien me permiten – y hasta incitan – a que recorra el camino errado, ¿cómo podré llegar a mi plenitud personal, a mi máximo bienestar, a mi verdadera felicidad? ¡Para eso tenemos dirigentes! Por eso deberíamos elegir a los más preparados, a los más rectos, a los mejores seres humanos para gobernarnos: porque ellos tienen que velar por el bien de todos. Pero quizá tenía demasiada razón Joseph De Maistre: «cada nación tiene el gobierno que merece…»

 

Propuesta

¡Qué alegría me da ver que, en mi país, en mi El Salvador, podemos seguir creciendo! Tenemos que seguir fomentando esta sana discusión de los temas más importantes en nuestras vidas: esa es la base de toda democracia. Sigamos hablando: sólo así podremos conocernos mejor y seguir creciendo. El camino de la sabiduría no es el de un rico que viene a entregarle regalos al más pobre: la verdadera sabiduría sólo la descubren los hombres que, con sencillez y humildad, reconocen que solos no pueden, pero que juntos pueden lograr lo inimaginable. Caminemos juntos este camino, subamos hasta la cima: allí encontraremos siempre la verdad que nos está llamando y atrayendo hacia ella.

No nos podemos contentar con pegarle un chicle a una tubería rota o con sólo parchar los hoyos de la calle: la tubería se volverá a romper, el parche se vuelve a levantar. Estos semi-remiendos no son soluciones, sino una simple dilatación de los problemas. Busquemos soluciones reales, de fondo… en este campo de la defensa de la vida y en todos los demás ámbitos de nuestra convivencia social. Estoy seguro de que mueren más personas en nuestros hospitales por falta de medicamentos y atención de calidad que por abortos clandestinos: y ¿quién está luchando por esas personas? ¿Qué podemos decir de soluciones alternas: medios para la acogida y adopción de bebés que nacen de violaciones y que las mamás no puedan criar, atención profesional para quienes han sufrido esta clase de abusos, acompañamiento médico para estas mamás necesitadas?

Su queja tiene razón: es una injusticia incriminar a una mujer que ha sufrido tanto y termina abortando su bebé, porque no tenía nada más qué hacer. Pero el problema no es el bebé: el problema han sido nuestros gobiernos que exigen mucho y prometen más, pero no cumplen; el problema somos nosotros que hemos elegido a nuestros gobernantes y que no les exigimos que cumplan con su deber. Promover el aborto no es solucionar el problema. Promover el aborto es sólo lavarse las manos en la sangre de esos seres humanos nonatos.

Quedo a su disposición,
Luis Eduardo Rodríguez Alger, LC
[email protected]

Luis Eduardo Rodríguez Alger nació en San Salvador. Estudió en la Escuela Americana hasta 8º grado. En el año 2006, entró al seminario menor de los Legionarios de Cristo, en la Ciudad de México. Desde entonces, se ha formado en diversos centros de la congregación en México, Italia y España. Realizó sus estudios de filosofía y un diplomado en estudios sindónicos en Ateneo Pontificio Regina Apostolorum. Actualmente, desarrolla su trabajo apostólico en Centroamérica.