Hacer historia es un cliché cuando hablamos de elegir presidente. Cada elección es histórica. Cada cita con las urnas, más histórica que la anterior. A fuerza de repetir la idea, terminamos por perder la perspectiva. Y, sin embargo, cuando Nayib Armando Bukele Ortez puso un pie en la abarrotadísima plaza Francisco Morazán de San Salvador tras arrasar en las elecciones de El Salvador celebradas el domingo 3 de febrero, estaba haciendo historia.
«Hemos pasado la página de la postguerra» anunció, ya presidente electo, desde el hotel Sheraton este empresario de origen palestino que convirtió las redes sociales en una seña de identidad. Pasaban las nueve de la noche y sus rivales, Carlos Calleja (Arena) y Hugo Martínez (FMLN) ya habían reconocido su derrota. Lo primero que hizo: sacarse una selfie ante sus seguidores.
Quebrar el bipartidismo por primera vez en 30 años es hacer historia. Más aún si ese modelo viene como herencia de 12 años de sangrienta guerra civil (1980-1992) con 75,000 víctimas mortales.
Los resultados del domingo son un terremoto. Gana, el color con el que se vistió Bukele para concurrir a los comicios, se lleva cerca de 1,4 millón de votos, más del 53 % de los sufragios. Por detrás quedan los derechistas de Arena, en coalición con PCN y PDC, que obtienen algo más de 830 mil papeletas, lo que supone el 31 %. Tras ellos, a mucha distancia, la exguerrilla del FMLN: menos de 380 mil votos y sin alcanzar el 15 % del total.
.@ThelmaAldana participa como observadora en la #EleccionesElSalvador. Considera que el virtual triunfo de @nayibbukele es importante para la región centroamericana. Además, evalúa la petición de los salvadoreños de una CICIG para el país. pic.twitter.com/8mHfQqyXUr
— Plaza Pública (@PlazaPublicaGT) 4 de febrero de 2019
Bukele, en solitario, ha obtenido más votos que todos sus rivales juntos. Lo ha hecho en unas elecciones con una abstención del 49 %, una de las más altas desde el fin de la guerra.
«Ganamos en todos los departamentos del país. Dijimos que haríamos historia y la hicimos», dijo, en su primer baño de masas después de confirmarse que será presidente del país más pequeño y más violento de Centroamérica y sin necesidad de pasar por una segunda vuelta.
No ha llegado la medianoche y Bukele tiene razones para estar satisfecho. Se acaba de cargar, de un plumazo, el sistema bipartidista que ha dominado El Salvador desde 1992, cuando se firmaron los Acuerdos de Paz. El conflicto impuso dos bandos, Ejército y guerrilla. Al fin de la confrontación armada, estos dos bandos se trasladaron, con todos sus matices, apoyos y escisiones, a dos movimientos políticos, Arena y FMLN. Derecha e izquierda. Los primeros 20 años de postconflicto (hablar de paz en un país como El Salvador sería muy osado) fueron de dominio arenero. Los siguientes diez, efemelenistas. Y así parecía que iba a ser por siempre, hasta la llegada de Bukele, miembro del partido de la antigua guerrilla hasta octubre de 2017. Al final, ellos han sido los paganos del hartazgo hacia el sistema político.
Los argentinos, durante el corralito de 2001, gritaron “que se vayan todos”.
En El Salvador no hay corralito, pero sí unas terribles tasas de violencia y pobreza, así como una generalizada falta absoluta de fe en el sistema político.
El año pasado murieron asesinadas 3,340 personas. Esto quiere decir que nueve salvadoreños sufrieron una muerte violenta cada día. A su vez, más del 30 % de la población vive en condiciones de pobreza. Es decir, que uno de cada tres salvadoreños es pobre. Razones más que suficientes para un «que se vayan todos» que, en este caso, ha sido capitalizado por Nayib Bukele.
Su figura es controversial y está llena de incógnitas. Publicista y empresario de 37 años, lleva en política desde 2012, pero logró mantener su imagen de político «sin ideología». Fue alcalde de Nuevo Cuscatlán y luego de San Salvador, en ambas ocasiones por el FMLN. A pesar de ello, cultivó su imagen de tipo independiente, buen gestor al margen de los corsés que imponen estructuras envejecidas que cargan con el peso del país que ellos construyeron. Quizás por esa animadversión que generó como recién llegado, algunos medios hasta lo calificaron de antisistema. Aunque puede que el término no se adecúe tanto a Bukele. Un tipo que desde los 18 años gestiona las empresas familiares no parece ser alguien llamado socavar el sistema. Sin embargo, sí que ha sido un díscolo con la clase política. Y vivimos en un tiempo en el que las apariencias lo son todo.
Presentarse sin ideología también ha supuesto un triunfo: pudo asaltar el caladero de votos de izquierdas del FMLN mientras se llevaba algunos sufragios areneros «porque no da tanto miedo».
Cuando la campaña versa sobre sentimientos y se difuminan las ideologías es más fácil romper los compartimentos estancos.
Quizás esto explique que presentarse con Gana, la escisión de Arena fundada en 2010, no le haya lastrado. Hace cinco años, el candidato de la formación era el expresidente Antonio Saca, que hoy cumple diez años de cárcel por uno de los casos de corrupción más sonados del país. En aquel momento, la coalición en la que concurría Gana apenas sobrepasó los 300 mil votos. Ahora esa misma plancha arrasa con Bukele al frente clamando «que devuelvan lo robado».
También es verdad que esta fue la tercera opción barajada por el exalcalde tras ser expulsado del FMLN. Fundó Nuevas Ideas pero el Tribunal Supremo Electoral dijo que no le daba tiempo a presentarse. Se alió con Cambio Democrático y la Corte de Constitucionalidad obligó a cancelar el partido. Dos decisiones que le permitieron presentarse como víctima del establishment y justificar su última jugada: asociarse con Gana y fagocitar la candidatura hasta tal punto que los integrantes del partido ni siquiera estaban presentes en la celebración del Sheraton. Habrá que ver cuáles son los pagos a futuro.
La imagen de la plaza Morazán abarrotada simboliza una catarsis. Ahora, sin embargo, tocará gobernar. Y cómo gestionará Bukele el impresionante capital político acumulado es una incógnita. Especialmente, si tenemos en cuenta que la campaña se desarrolló en términos mediáticos y superficiales, más centrada en la ocurrencia que en la propuesta. Algunos de los proyectos del futuro presidente: una agencia anticorrupción similar a la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (Cicig), un tren que recorra el oriente del país, un nuevo aeropuerto. Como el debate no ha tocado asuntos fundamentales como la seguridad (la falta de ella) o las graves carencias que sufre buena parte de la población, Bukele ha podido permitirse el lujo de convertir su campaña en una enumeración de las cosas que el resto ha hecho mal. Gobernar es otra cosa, aunque él presume de gestión: sus partidarios critican duramente al FMNL y Arena, pero también hablan de los buenos resultados de Bukele como alcalde en San Salvador. Claro que no es lo mismo llevar las riendas de una ciudad como San Salvador que cargarse un país a las espaldas.
Thelma Aldana en el cuartel general de Bukele
«Guatemala y El Salvador tenemos problemas comunes. Si algo queremos los guatemaltecos y los salvadoreños es luchar contra la corrupción y contra la impunidad. Hemos visto que tiene un nexo muy grande con la pobreza y con el hambre que tienen nuestros pueblos». Quien habla es Thelma Aldana, la exfiscal general de Guatemala y actual precandidata a presidenta por el movimiento Semilla, que ha llegado al hotel Sheraton de San Salvador, acompañada de su principal asesor político José Carlos Marroquín.
La entrevista con Plaza Pública se interrumpe por los gritos y aplausos que llegan de la sala contigua. Es la llegada de Nayib Bukele ante la prensa y un grupo de fieles, que celebran la victoria. La presencia de Aldana junto al presidente electo salvadoreño (aunque no hubo foto conjunta) tiene su simbología. Ella ganó su prestigio luchando contra la corrupción en Guatemala y trabajando codo con codo con la Cicig. Él, por su parte, dice querer imitar el modelo e impulsar una institución similar para El Salvador, una CICIES que por ahora solo suena a canto de sirena. ¿La propone por convicción o porque sabe que encontrará la suficiente oposición para que nunca se lleve a cabo? Habrá que ver hasta qué punto el triunfo de Bukele tiene su impacto en Guatemala y la candidatura de Aldana se ve reforzada.
Aunque solo sea por su ubicación geográfica, Guatemala se va a encontrar en medio de dos procesos de transformación claves para la región. Por el norte, en México, el que protagoniza el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, que tomó posesión el pasado 1 de diciembre. Por el sur, El Salvador, que próximamente quedará en manos de Bukele. Ambos mandatarios comparten algunos hitos: los dos ganaron prestigio al frente de la alcaldía de su capital; los dos fundaron su propio movimiento tras romper con las cúpulas de los partidos que les llevaron a esas alcaldías; los dos llegaron a la presidencia del Gobierno prometiendo un cambio radical respecto al modelo político anterior. Claro que, López Obrador ofrecía certezas en torno al equipo que iba a rodearle y los programas que implementaría, su homólogo salvadoreño es toda una incógnita.
¿Se contagiará Guatemala de dos procesos que, indudablemente, van a influir la región a corto plazo?
Los que cambiaron su voto
Para entender por qué miles de salvadoreños fiaron su suerte para los próximos cinco años a Nayib Bukele hay que hablar con gente como Catia Guzmán Cardona, profesora de música y residente en la colonia Ciudad Futura, en Cuscatancingo, una zona de clase media-baja en el extrarradio de San Salvador. Son las 10 de la mañana del domingo 3 de febrero, y acaba de votar junto a sus sobrinas, Ruth y Sofía Cardona.
«Quiero que gane Nayib Bukele para que haya un cambio. Yo pensaba que con el doctor (Salvador) Sánchez Cerén, que venía de la Comandancia General, iba a producirse. Pero no hubo absolutamente nada. Seguimos igual». La mujer se acerca al medio siglo de vida, luce collarín por una enfermedad y habla por los codos. Pareciera que hubiese llegado al centro de votación con una batería de respuestas en busca de un periodista que quiera entrevistarla. Guzmán Cardona pone voz a los cientos de miles de salvadoreños que, tras una década de gobierno, han dado la espalda a la antigua guerrilla.
«¡Que se quede fuera de la segunda vuelta!», afirma. Luego reflexiona. «Arena tampoco lo merece», dice. Se reivindica como progresista y no cree que esté votando a la derecha a pesar de que Gana, la formación con la que se presenta Bukele, es una escisión de Arena.
Ni unos ni otros.
Todos son lo mismo.
Bukele no es lo mismo, porque no forma parte de los unos ni de los otros. Ese es el gran triunfo de Bukele.
Thelma Aldana participó como observadora en la #EleccionesElSalvador. Considera que el virtual triunfo de @nayibbukele es importante para la región centroamericana. Además, evalúa la petición de los salvadoreños de una CICIG para el país.