Desde hace varias décadas, y en prácticamente toda América Latina, se han lanzado distintos planes extraordinarios para contener el constante crecimiento de la criminalidad. El evidente resultado es que hoy somos una de las regiones más peligrosas del mundo.
El auge del crimen organizado, que nace como un problema de seguridad pública y se convierte en una amenaza a la seguridad del Estado, es evidente en México, Guatemala, Honduras, Colombia, Ecuador, Perú, Venezuela, Brasil, Chile, Argentina y hasta en países tradicionalmente muy pacíficos como Costa Rica.
Dos casos emblemáticos en este tema son los de México y Colombia. En ambos países el crimen organizado llegó incluso a convertirse en el principal financista de la clase política, rector de las instituciones y controlador efectivo del territorio nacional, y en ambos países se le declaró la guerra total al crimen organizado.
En esas guerras se gastaron cantidades estratosféricas de dinero, y la cantidad de víctimas civiles (asesinados, desaparecidos y desplazados), llegó a cifras también extraordinarias. Pero los criminales quedaron intactos y ahora están más fuertes que antes.
En ese contexto El Salvador se convirtió en el país más peligroso del mundo con promedios de hasta 30 asesinatos por día, y también lanzó, desde 2019, su propio plan extraordinario de seguridad.
La diferencia es que, ahora, las estructuras criminales están completamente derrotadas, bajamos de más de cien asesinatos por cada 100 mil habitantes a menos de 7, estamos a solo 12 días de llegar a un año completo con cero homicidios y en suma, nos hemos convertido en el país más seguro del continente americano y del mundo entero.
Los salvadoreños sabemos que esa diferencia tiene nombre y apellido.