Reportaje especial de Geovani Galeas
En mayo de 2015, seis meses antes de que Clinton y sus dos amigos multimillonarios, Giustra y Slim, llegaran a El Salvador por invitación de Carlos Calleja, se publicó en Estados Unidos un libro que provocó un enorme escándalo político. En síntesis, era una denuncia contra los Clinton por enriquecimiento ilícito.
“Clinton Cash”, en español “El dinero de los Clinton”, escrito por Peter Schweizer, tenía el siguiente subtítulo: “Cómo y por qué gobiernos extranjeros y empresas ayudaron a Bill y Hillary a ser ricos”, y de inmediato encabezó las listas de los libros más vendidos en aquél país.
El problema era que, precisamente en ese momento, Hillary Clinton estaba iniciando su campaña por la candidatura demócrata para la presidencia dc Estados Unidos. Nadie dudaba por entonces que sería la próxima inquilina de la Casa Blanca, sobre todo porque contaba con el pleno apoyo del establishment y porque, además, su rival en la contienda decisiva sería un outsider impresentable, una especie de bufón brabucón con muchos millones de dólares y muy poco seso. Pero la denuncia de Schweizer comenzó a torcer el camino de la flamante precandidata.
Lo que el libro sostiene es que, mientras Hillary fue secretaria de Estado en la Administración de Obama, habría otorgado beneficios especiales, en términos de grandes oportunidades de negocio, a los principales donantes de la Fundación Clinton, presidida por su esposo Bill.
A la cabeza de esos donantes premium estaría, por supuesto, Frank Giustra, el magnate minero canadiense que demandó al Estado salvadoreño, ante un tribunal internacional por casi 300 millones de dólares, por no permitirle explotar un yacimiento de oro en nuestro país. El mismo al que Carlos Calleja invitó a San Salvador, con muy poco o nulo sentido de la oportunidad, mientras esa demanda contra nuestro país estaba en pleno curso.
En la primera entrega de este reportaje mencioné que, basado en datos proporcionados por Schweizer, el New York Times denunció que, en el año 2005, Bill Clinton intercedió personalmente para que el gobierno de Kazajistán le otorgara a su amigo Frank Giustra la concesión para explotar una importante mina de uranio y que, luego de cerrado ese acuerdo, Giustra realizó una donación millonaria a la Fundación Clinton.
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Pues bien, ya en su libro y como un caso típico de los muchos que relata, Schweizer refiere que, en junio 2009 Hillary Clinton llegó a Bogotá en su calidad de secretaria de Estado. Casualmente también estaban de visita en esa ciudad su esposo Bill y Giustra. El entonces presidente colombiano, Álvaro Uribe, urgido de ayuda económica y militar de Estados Unidos, primero desayunó con el expresidente Clinton y su amigo Giustra; luego almorzó con Hillary, que le autorizó el auxilio solicitado. Acto seguido, cuatro empresas de Frank Giustra obtienen importantes concesiones de explotación minera por parte del gobierno de Colombia.
El modus operandi de la corrupción
Recién publicado su libro, Peter Schweizer fue entrevistado por los grandes medios estadounidenses. El 28 de junio de 2015 estuvo en el popular programa de CNN conducido por Andrés Oppenheimer. Ahí el autor expresó lo siguiente:
“Las donaciones y pagos a la Fundación Clinton influenciaron las decisiones de Hillary como secretaria de Estado. La evidencia es que existe un patrón de conducta. Grandes cantidades de dinero fluyen esa Fundación, como donaciones o pagos por conferencias de Bill Clinton, y después se toman decisiones que benefician a quienes proporcionan ese dinero. Uno o dos casos aislados podría ser una coincidencia, pero el patrón de conducta se repite tantas veces que es imposible pensar que se tratara de una coincidencia”.
Ese patrón de conducta o modus operandi se resume de la siguiente manera: una gran empresa o un candidato presidencial o un presidente de tal o cual país requieren algún tipo de ayuda del gobierno de Estados Unidos, y la aprobación de esa ayuda pasa necesariamente por el despacho de la secretaria de Estado Hillary Clinton; de pronto Bill Clinton aparece de algún modo conectado al solicitante, la ayuda en cuestión se autoriza y acto seguido el beneficiado transfiere una considerable suma de dinero a la Fundación Clinton vía donación o pago muy generoso por algún servicio como puede ser una conferencia del ex presidente.
Un claro ejemplo de lo anterior, citado por Schweizer, es el caso Keystone Pipeline.
Resulta que una empresa transnacional necesitaba extender un oleoducto subterráneo que, partiendo de Canadá, atravesara prácticamente todo el territorio estadounidense. El proyecto fue rechazado por diversas organizaciones ambientalistas y por muchos congresistas. Pero la última palabra al respecto tenía la secretaria de Estado Hillary Clinton, que era la responsable de firmar los permisos respectivos.
De manera aparentemente lateral, y mientras la polémica por ese proyecto se desplegaba, el TD Bank Investiment Group, le solicito a Bill dictar una serie de conferencias por la cuales le pagarían dos millones de dólares. “Bill Clinton dio esas conferencias y cobró. Poco después Hillary firmo la autorización preliminar para la construcción del oleoducto…. Y, claro, TD Bank era uno de los mayores accionistas de Keystone Pipeline”, relata Schweizer.
Pero no solo en Estados Unidos se habló de ese escándalo de corrupción. Ya el 12 de abril de ese mismo año, 2015, el emblemático diario colombiano El Espectador, publicó un reportaje titulado “El conflicto de intereses de Clinton”. En su entrada decía:
“Una investigación revelada por el International Bussiness Times pone sobre la mesa cómo la entonces secretaria de Estado de los Estados Unidos, Hillary Clinton, habría favorecido a la petrolera Pacific Rubiales, gracias a los vínculos entre su fundador Frank Giustra y la Clinton Global Foundation.
“La investigación evidencia cómo la postura de Hillary Clinton en torno a la protección de derechos laborales y de sindicalistas en Colombia dio un giro de 180 grados a medida que el fundador de la petrolera canadiense, de inmensa presencia en nuestro país, se convirtiera en uno de los grandes donantes de la fundación filantrópica de su marido Bill Clinton”.
Y agregaba un párrafo que los salvadoreños deberíamos leer con mucha atención, dada la relación de Carlos Calleja con Clinton y Giustra:
“En julio de 2011 vendrían los hechos que pondrían a Pacific Rubiales en el centro del huracán en nuestro país, luego de que más de 600 trabajadores del Campo Rubiales desataran una revuelta acusando a la petrolera de abusos laborales. Hechos que fueron reportados por defensores de los derechos humanos en Colombia. La investigación denuncia que los trabajadores de la petrolera canadiense fueron obligados a abandonar a la fuerza la protesta, algunos de ellos luego de ser encañonados por la Fuerza Pública, permitiéndoles retornar al trabajo solo cuando abandonaron sus intenciones de sindicalizarse”.
Poco más de un año después, el 4 de julio de 2016, también en Colombia, el periódico Las 2 orillas, publicó otro reporte titulado “El amigo de Clinton al que Uribe le permitió talar la selva”, cuyo solo primer párrafo es para asustar o más bien para indignar a cualquiera: “El canadiense Frank Giustra del grupo Pacific Rubiales, logró la autorización para arrasar con una biodiversidad única en el mundo a fin de vender madera en China”.
Clinton y Giustra podrán ser amigos del señor Carlos Calleja, pero con amigos de ese tipo El Salvador no necesita enemigos.