Aprendamos a distinguir las piezas falsas del rompecabezas de la realidad
(Segunda parte)
He señalado que la única forma de poder interpretar adecuadamente la realidad es si somos capaces de armar el complejo rompecabezas de hechos dispersos que los medios de comunicación nos presentan a diario. La realidad se fracciona en una cantidad de piezas informativas que tenemos que aprender a engarzar de manera correcta. Pero este rompecabezas tiene dificultades adicionales, pues las piezas no siempre encajan de forma exacta, porque han sido deformadas y en otras ocasiones nos colocan piezas falsas que alteran la realidad.
El surgimiento de múltiples y diversos medios de comunicación y el aparecimiento de las redes sociales permiten que la información fluya como nunca antes. Esto es positivo, contribuye a la democratización de la información y dificulta su ocultamiento; pero también conlleva el riesgo de la colocación de piezas falsas que alteran la visión de la realidad. En este sentido todos podemos recordar algunos ejemplos evidentes.
El aparecimiento de videos donde se daña la dignidad de personalidades políticas, que luego se descubre que son falsos. La falsificación de fotografías. Declaraciones sacadas de contexto. El lanzamiento de acusaciones infundadas y sin ninguna base probatoria. Estos son solo unos de tantos casos que consumimos con frecuencia en los medios y en las redes sociales. En algunos casos estos hechos pueden constituir figuras delictivas, que por lo general, quedan sin sanción. Hechos que dañan la imagen de ciudadanos o ciudadanas, destruyen el buen nombre y mancillan la dignidad humana.
En otros casos estas deformaciones y falsedades pretenden generar determinadas situaciones y conductas en tomadores de decisiones, como diputados, fiscales o jueces. Buscan crear un clima mediático de presión para orientar decisiones y resoluciones.
Un juez puede sentirse obligado por esa presión de “opinión pública” a resolver en un determinado sentido, distinto al que procede según la causa que tiene en sus manos. Puede obligar a la fiscalía a iniciar procesos sin base probatoria firme.
La ciudadanía, que muchas veces no sabe distinguir las piezas falsas de las verdaderas, cae en la trampa. De buena fe contribuye a esta presión de opinión, que mueve a tomar decisiones equivocadas o injustas. Decisiones que en casos favorecen a potenciales delincuentes o afectan a inocentes.
La mentira trabaja encubierta, a veces se disfraza de opiniones de supuestos expertos que hacen acusaciones sobre temas sensibles como el narcotráfico o lavado de dinero. Otras veces se mezclan medias verdades con mentiras verdaderas. En todos los casos, estos señalamientos se vuelven insostenibles con la simple pregunta sobre cuales son las evidencias o pruebas que sustentan las afirmaciones.
Solo el sentido crítico de la ciudadanía nos puede librar de estas falsificaciones. No debemos aceptar sin reflexión lo que se nos dice. Debemos de tratar de encontrar los intereses que se ocultan o se defienden con estos señalamientos. Creer por creer, sin pruebas o evidencias es contrario al pensamiento objetivo.
En esta coyuntura tan compleja y pletórica de acontecimiento, aprender a discernir lo que se nos dice es indispensable. Esta es otra de las claves para que aprendamos a armar correctamente el rompecabezas de la realidad que vivimos. No es fácil, pero es posible lograrlo. Esa es una gran tarea de este tiempo convulso que vivimos.