Alexander Van der Bellen, un economista e intelectual de 72 años, además de antiguo líder del partido ecologista Los Verdes de Austria, ha ganado este domingo la repetición de las elecciones presidenciales frente al ultranacionalista Norbert Hofer. Van der Bellen, un político que no encaja del todo dentro de los estereotipos del ecologista clásico, se ha alzado con la victoria en las presidenciales austríacas y así calmado a los socios de la Unión Europea (UE), temerosos de que la extrema derecha se instalase en la jefatura del Estado de uno de los aún Veintiocho.
Hijo de una estonia y de un ruso de origen holandés que escaparon de la revolución bolchevique en Rusia en 1917 para radicarse en el Tirol austríaco, Van der Bellen nació el 18 de enero de 1944 y vivió allí hasta los 33 años, antes de trasladarse a Viena, donde hizo carrera, primero en el mundo académico y luego como político.
Antiguo decano de la Facultad de Ciencia Económicas de Viena, el nuevo jefe del Estado de Austria siempre ha sido muy valorado entre el electorado por su honestidad. Su forma poco convencional de argumentar y debatir en público podría estar relacionada con su decisión de entrar en política a los 50 años de edad. Padre de dos hijos y casado desde este año en segundas nupcias, Van der Bellen tiene fama de personaje que no encaja del todo dentro de los estereotipos de un político ecologista clásico. Nunca se le ha visto andar en bicicleta, por ejemplo, además de que en el pasado declaró su amor por los coches potentes y hasta hoy sigue siendo un fumador empedernido.
Para muchos analistas es un político que representará muy bien las funciones de la presidencia austríaca, un cargo protocolario pero imbuido de prestigio y visto como una referencia ética. Europeísta convencido y antiguo militante socialista, Van der Bellen habla de Heinz Fischer, presidente austríaco hasta julio de este año, como de su modelo a seguir. Se refiere a un jefe de Estado que representa dignamente al país en el extranjero y que internamente mide, de forma discreta pero firme, entre las fuerzas políticas del país.
Para llegar hasta hoy, Van der Bellen ha tenido que superar un proceso que comenzó el pasado 22 de mayo, con su primer intento de ganar la presidencia del país y cuando se impuso por apenas 0,6 puntos porcentuales o 31.000 votos. Ese resultado fue invalidado poco después por el Tribunal Constitucional por irregularidades formales ─aunque no por manipulaciones─ en el recuento de votos.
Este domingo, la ventaja de Van der Bellen, a la espera de que se den los datos definitivos, parece ser aún mayor y roza los siete puntos porcentuales. El presidente electo austríaco ha dado así la vuelta a los sondeos y ha superado lo que parecía una atmósfera propicia para el triunfo del mensaje populista de Hofer, tras el triunfo del Brexit en junio pasado en el Reino Unido y la victoria electoral del republicano Donald Trump en Estados Unidos.
Ante el avance ultra, Van der Bellen se ha visto obligado en esta campaña a presentarse no sólo como candidato progresista y experimentado, sino también como un patriota, con fuertes raíces en su Tirol natal. Uno de sus principales argumentos ha sido la advertencia de que Hofer podía impulsar un referéndum sobre la permanencia de Austria en la Unión Europea. También ha insistido en que estas elecciones no se decidía sólo sobre qué persona ocuparía la presidencia del Estado, un cargo eminentemente protocolario, sino el futuro rumbo de Austria: integrada en la UE o donde se levanten de nuevo fronteras.
Además, durante la campaña el ya presidente electo austríaco ha entrado en algunas de las que serán sus competencias y apostado por una interpretación más activa de algunas competencias del jefe del Estado. Por ejemplo, promete que no ratificaría con su firma el TTIP, el futuro acuerdo de libre comercio e inversiones que aún negocian Estados Unidos y la UE y que con la llegada de Trump a la Casa Blanca se ha quedado en punto muerto, incluso si fuese aprobado en el Parlamento austríaco. Ese ha sido casi el único punto de coincidencia con su rival, un conocido escéptico de la UE y de la globalización en general.
Aunque la presidencia austríaca no prevé un papel activo del jefe de Estado en el día a día político, la Constitución sí le otorga la potestad de decidir a quién encarga la formación del gobierno, sin obligación de optar por el líder del partido más votado. En ese sentido, Van der Bellen ha asegurado que, si ganaba, haría todo lo posible para no encargarle nunca al FPÖ ultraderechista la formación de un nuevo Ejecutivo, ni siquiera en caso de una victoria en las urnas. Hofer, que inmediatamente ha reconocido su derrota ante el ecologista, ha criticado esta advertencia por considerarla «antidemocrática».