Por Redacción UH

La conspiración es desde siempre un instrumento inseparable del combate político. Lo inusual o extraño sería una batalla política sin actividad conspirativa. Pero la denuncia de una conspiración no equivale a la explicación de una situación política. Los problemas políticos requieren explicaciones políticas, diagnósticos objetivos basados sobre todo en el examen de la correlación de fuerzas.

Es verdad que no se debe confundir el análisis con la realidad, del mismo modo en que no confundimos el mapa con el territorio, pero también es cierto que mapa y análisis son las herramientas más útiles para la aproximación a la realidad en términos explicativos. El problema es que cuando la teoría conspirativa sustituye al análisis, el diagnóstico resultante es inconsistente, aún en el caso en que la conspiración denunciada sea parcial o incluso totalmente verdadera.

Tomemos por ejemplo el caso de la defenestración de Dirma Rousseff en Brasil. La teoría conspirativa revela la existencia de una estrategia de “golpe suave”, concertada entre factores reaccionarios, externos e internos, naturalmente adversos a un gobierno de izquierda o progresista. En este caso particular, la existencia de dicha estrategia ha sido inocultable, pero es un error concluir por eso que la caída de Dirma Roussef es una consecuencia directa de esa conspiración.

Lo cierto y lo fundamental es que esa caída se explica por una serie de errores políticos cometidos por la ahora expresidenta, por su gabinete y por su partido.

Los gobiernos del Partido de los Trabajadores, encarnados en Lula da Silva y Dirma Roussef, sacaron de la pobreza a más de 30 millones de personas mediante sus exitosos programas sociales según las cifras de la CEPAL. Pero ese enorme contingente social no se movilizó en defensa de Lula y Dirma, y más bien parte de ese contingente se manifestó abiertamente en su contra.

Según la teoría conspirativa tanto la indiferencia como el cambio de bando se deben a la efectividad de la estrategia golpista, solo que esa explicación deja de lado una realidad tan inocultable como la conspiración misma: la enorme corrupción en que enfangaron tanto el partido oficial como una gran cantidad de sus altos cargos en el gobierno. Si la corrupción no hubiese sido real ni de esa gran magnitud, si esos 30 millones de ciudadanos sacados de la pobreza, e instalados en la clase media, hubieses sido efectivamente atendidos en sus nuevas y mayores demandas, la conspiración no habría tenido la menor posibilidad de éxito

La cadena de fracasos que en distintas escalas han experimentado, en los últimos años, los gobiernos de izquierda o progresistas de América Latina son el resultado de graves errores políticos cometidos por esos mismos gobiernos. Es por esos errores, relativos sobre todo a la corrupción, el burocratismo parasitario y la incompetencia administrativa, que gradualmente han ido perdiendo el respaldo del movimiento social. El problema es que la única posibilidad de blindar un proyecto político es el respaldo de la mayoría social. Solo eso garantiza la correlación de fuerza que, por si sola, vuelve inviable toda conspiración.

Si volvemos la mirada a nuestro país, con esa perspectiva, y consideramos los datos de las encuestas y la situación del movimiento social (el equilibrio precario entre la izquierda y la derecha en el primer caso, y creciente malestar de muchos sectores sociales en el segundo caso), entenderemos que la incidencia de cualquier actividad conspirativa contra el gobierno es en realidad marginal. En este sentido la denuncia las conspiraciones es necesaria pero no es suficiente.

Lo políticamente decisivo es la satisfacción efectiva de las legítimas demandas ciudadanas en torno a la seguridad, la economía doméstica, salud, educación y accesibilidad a todos los servicios básicos. La mejores explicaciones son las más sencillas: si pierdes una elección es porque tienes poco apoyo popular, y tienes poco apoyo popular porque tu programa de campaña no ilusiona o porque, ya en el poder, no cumples las promesas contenidas en tu programa.     

Por: Geovani Galeas