En julio de 2008 las fuerzas militares colombianas realizaron una espectacular operación de rescate que compite con algunas ocurridas durante la segunda guerra mundial o con la realizada por las fuerzas israelíes en Uganda en 1976. En plena selva fueron liberados ilesos 15 secuestrados y capturados dos jefes de las FARC sin disparar un tiro. Teniendo en cuenta lo difícil del terreno, el trabajo de inteligencia, la estratagema empleada y la limpieza en su ejecución, la llamada Operación Jaque no tiene equivalente en el mundo.
A esta acción precedieron y siguieron otros golpes estratégicos a los mandos de las FARC que se agregaban a la recuperación de territorios que había dominado la guerrilla durante décadas. A finales de 2008, la fuerza pública de Colombia había convertido la legitimidad ante los ciudadanos en el centro de su doctrina, al tiempo que había diezmado, arrinconado y colocado a la defensiva a las FARC. Sin embargo, el debilitamiento de estas conducía a una larga guerra de minas en las selvas con riesgo de terrorismo en las ciudades. Los soldados amputados aumentaban y los blancos estratégicos de las FARC escaseaban.
En las guerras irregulares no hay colapso final, sino una degradación del enemigo que puede durar muchos años.Los militares y policías habían hecho muy bien su trabajo, pero solo la política podía concluir la guerra con menos costos y en corto tiempo. En ese momento se planteó lo que se llamó “el alineamiento de los astros a favor de una negociación”. Las victorias electorales de la izquierda en el continente, la necesidad de Cuba de reconciliarse con Estados Unidos, la previsible crisis del régimen venezolano, la debilidad de las FARC, la edad de sus dirigentes y su calidad de última generación de políticos del grupo, abrían la posibilidad de empujarlos a la lucha sin armas.
Negociar en Cuba, con apoyo de Venezuela y con la mayor parte de dirigentes guerrilleros en La Habana resultó incomprensible para muchos. El fundamento de esto era la sincronización histórica de tres transiciones: el final del socialismo cubano, el final del socialismo del siglo XXI y el final de la lucha armada de la izquierda en Latinoamérica. El eslabón más débil del alineamiento era y es la poca importancia que la paz tiene para la política bogotana porque, paradójicamente, la capital disfruta de una paz protegida por medio millón de hombres. Esa tranquilidad ha permitido que los adversarios del proceso intenten convertir la oportunidad histórica de acabar con una guerra de 50 años, 220.000 muertos y seis millones de desplazados, en un tema electoral pasajero. Pretenden asustar con la idea de que de las cenizas de una guerrilla derrotada y odiada puede renacer un nuevo socialismo marxista, comunista y castrochavista en Colombia.
Joaquín Villalobos fue guerrillero salvadoreño y es asesor del Gobierno colombiano en el proceso de paz con las FARC.
Vía: El País