En los últimos dos años Carlos Calleja y ARENA padecieron una fase de estancamiento en la que siempre estuvieron por debajo de Nayib Bukele y Nuevas Ideas, en todas las encuestas sin ninguna excepción.
Carlos Calleja multiplicó entonces sus actividades en el territorio y en los medios de comunicación, por la vía de su contínua comparecencia personal y de la saturación de spots publicitarios.
Fue una inversión de gran volumen para tratar de alcanzar y rebasar a Bukele, pero también fue una acción desesperada que lo hizo caer en la ilegalidad por cuanto fue sancionado y multado por el Tribunal Supremo Electoral (TSE), y fue además una acción errática por cuanto el resultado fue totalmente contrario a lo esperado. Esta última afirmación se basa en los datos de las dos encuestas realizadas en pleno auge de esa estéril campaña adelantada, la de la Universidad Francisco Gavidia (UFG) y la de La Prensa Gráfica (LPG).
En ambas mediciones Nayib Bukele sigue punteando y Carlos Calleja sigue a la baja. Pero no solo eso. Según la encuesta LPG, publicada a principios de este mismo mes de septiembre, ARENA bajó 10 puntos porcentuales en relación a su medición anterior hecha en febrero.
Y más aún, ya que las dos opciones partidarias con las que Nayib Bukele se proponía fueron eliminadas de la competencia en forma clamorosamente ilegal por parte del TSE.
Con ello, Bukele se vio forzado a afiliarse a GANA, un partido que solo contaba con el 2. 7 % de las preferencias populares, pero que, según las dos encuestas citadas, con el ingreso del líder de Nuevas Ideas y en solo dos semanas, superó al tricolor, y pasó a constituirse en la primera fuerza política del país.
El estancamiento es desesperante, pero el retroceso es simplemente devastador. En esta precaria situación, Calleja intentó darle a su campaña otro golpe de timón: de un edulcorado y muy vago discurso del positivismo tipo new age o de autoayuda pasó de manera directa al manual más convencional y gastado de las campañas sucias.
Él personalmente profirió a gritos desencajados que Nayib Bukele era “un golondrino chupasangre” y lo acusó de cuatro cosas específicas: saltar de partido en partido, ser populista, querer dividir a la sociedad y ser un peligro para El Salvador.
Esas tres acusaciones son literalmente las mismas que Antonio Sola, un antiguo asesor político arenero, formuló en México contra Andrés Manuel López Obrador.
Efectivamente, López obrador fue disidente del entonces gobernante Partido Revolucionario Institucional, PRI, pasó al Partido de la Revolución democrática, PRD y, finalmente constituyó una amplia alianza electoral denominada Movimiento de Regeneración Nacional, Morena.
Efectivamente, López Obrador rechazó la inercial idea de refundar la desprestigiada y ya marginal izquierda mexicana, y en su lugar convocó a todo el pueblo, sin distingos ideológicos, golpeado por la ineficiencia y la escandalosa corrupción de una clase política jurásica, encarnada principalmente por los dos partidos que se han alternado en poder, el PRI y el PAN a los cual ese pueblo hastiado identificaba ya como la misma cosa, por lo que los llamaba el PRIAN. A López Obrador se sumaron liderazgos de izquierda, centro y derecha.
Obrador presidente electo de México, trazó una clara línea divisoria en su país entre un ellos (la pequeña élite corrupta de las cúpulas económicas y partidarias), y un nosotros (el pueblo, la mayoría social diversa y plural).
Y fue así como, se convirtió en un verdadero peligro, pero no para México sino para aquella minoría ineficiente y corrupta encarnada en el PRI y el PAN (PRIAN).
México y El Salvador son realidades diferentes pero que, como se ve, han atravesado procesos sociales y políticos parecidos y con algunos rasgos evidentemente coincidentes. Por eso, no sería extraño que en términos sociológicos y políticos se cumpliera el siguiente principio: a iguales procesos iguales resultados.
Y, en el caso mexicano y con toda la mencionada campaña sucia diseñada por Antonio Sola, ese resultado fue el siguiente en las elecciones del pasado mes de julio: López Obrador ganó la presidencia con mayoría absoluta con el 53 % de los votos; el PAN, equivalente a ARENA, solo obtuvo un 22 %, en tanto que el partido de gobierno, PRI, equivalente al FMLN, se derrumbó a un patético 16 %.
La lección principal es que en El Salvador, como en los últimos procesos electorales en México, España, Grecia, Francia, Inglaterra, Alemania, Estados Unidos y otros países europeos y americanos, la batalla ya no es entre izquierda y derecha sino entre mayorías sociales indignadas, ideológicamente plurales pero cohesionadas contra las tradicionales cúpulas económicas y partidarias ineficientes y corruptas.