La violencia sacude a América Latina con una intensidad alarmante en 2025. En tan solo cinco meses, ciudades como Guayaquil, Tijuana, Ciudad Juárez y Bogotá reportan cifras de homicidios que superan los totales anuales de países enteros. Las disputas entre cárteles, pandillas y grupos armados han convertido zonas urbanas en campos de batalla donde el control territorial y el narcotráfico dictan las reglas.
Ecuador vive su crisis más aguda, con Guayaquil a la cabeza: 741 homicidios en tres meses y bandas como Los Tiguerones sembrando el terror pese al despliegue militar y la declaración de “conflicto armado interno”.
México atraviesa un escenario igual de desolador. Tijuana y Ciudad Juárez enfrentan repuntes de asesinatos ligados a la guerra entre el Cártel de Sinaloa y el CJNG, mientras que la violencia feminicida persiste: 240 mujeres fueron asesinadas en lo que va del año.
Colombia tampoco escapa al fenómeno. Bogotá ya supera los 300 homicidios con armas de fuego, y la violencia de género golpea con fuerza en el Atlántico. Incluso la capital sufrió un atentado político este mes cuando un adolescente armado atacó al senador Miguel Uribe Turbay.
En otras metrópolis como Caracas, en Venezuela; Lima, en Perú; o Santiago, en Chile, se replican dinámicas de crimen organizado, sicariato y balaceras.
En Brasil, la violencia se ha desplazado hacia regiones específicas. Río de Janeiro vive un aumento sostenido de homicidios y muertes por acción policial, mientras que Salvador permanece entre las urbes más violentas, pese a ligeras mejoras.
A pesar de sus diferencias, el continente comparte una misma constante: desigualdad, abandono estatal y jóvenes sin opciones frente a la maquinaria del crimen. América Latina, con menos del 10% de la población mundial, carga con un tercio de los homicidios del planeta, reflejando una crisis estructural que ninguno de estos gobiernos ha logrado contener.